Una noche más, moscas en el estómago y la ilusión de un
niño. No es Noche de Reyes, aunque bien podría ser, pues el regalo que me
espera mañana bien lo merece. Seguramente daré más de una vuelta en mi cama en
las escasas horas que lograré dormir y más de una vez miraré el reloj. Quién me
iba a decir hace unos meses mientras me alejaba de la tragedia de Japón que
tardaría tan poco en volver a ese continente asiático que cada día me enamora
más.
Así es amigos, el destino y las circunstancias, ligeramente
manejados por mi mano y afán viajero, sin olvidar la suerte de tener un
compañero de viaje, me devuelven de nuevo al lejano oriente. Para ser más
exactos a la China
más colonial, pues hasta hace no mucho Europa regía las tierras que nos
disponemos a visitar. Portugueses, ingleses y, como no, españoles, dieron buena
cuenta de los beneficios que ofrecían los puertos y ciudades a lo largo del río
de la Perla. Desde
la Primera Guerra
del Opio hasta el dominio impuesto por el Imperio Japonés en la Segunda Guerra Mundial,
Hong Kong, Macao y Guangzhou (más conocida como Cantón en nuestros lares)
fueron todo un exponente de intercambio cultural a lo largo de los últimos
siglos.